Vuelvo de mis propios
pensamientos, estoy esperando a que el semáforo cambie y poder cruzar la calle.
De pronto recuerdo que hay que pulsar un botón y lo hago. Entonces se enciende
una pequeña pantalla en el soporte y una voz femenina me dice que el
dispositivo se pondrá en verde permitiéndome atravesar la calle tras unos
breves mensajes publicitarios. Después de unos minutos de lo que parecen ser
anuncios de marcas de coches que no conozco, la misma voz me invita a contestar
una encuesta sobre mis gustos en automoción. Pulso los botones en el display
mientras me informan de que por seguridad el proceso está siendo grabado y
entonces me comunican que la encuesta ha finalizado. Me llaman por mi nombre,
quizás porque el reconocimiento facial me ha identificado. Entonces, por fin,
la personita del semáforo se pone en verde lanzando pitidos y cruzo. Cuando
llego al otro lado de la calle dudo hacia adónde ir pero enseguida veo el lugar
de mi destino: Hospital Médico.
Entro y un amable
enfermero digital con una cruz en su pantalla me saluda por mi nombre y me
informa que la doctora me está esperando pero antes he de suministrarle unos
datos acerca de mis hábitos de vida: alimentación, ejercicio, horas de sueño. Se
lo cuento todo y después me pide mi consentimiento para que esos datos sirvan
para los estudios sanitarios en curso. Asiento y me adentro por el pasillo
hacia las consultas. Entro en la cabina médica y una pantalla con aspecto de
saberlo todo sobre mí me da los buenos días.
Pide permiso para escanear
mi humano cuerpo y hacerme unas pruebas no invasivas pero antes me dice que voy
a recibir información acerca de los últimos medicamentos que las farmacéuticas
han desarrollado para hacerme la vida más placentera. Pasan 6 ó 7 minutos y
tengo la sensación de que quiero probarlos todos y así se lo digo a mi doctora.
Se ríe y me agrada su empatía. Me dice que ya tiene mi diagnóstico y me
adelanta que el tratamiento es muy caro. Me dice que si creo que puedo hacer
frente a su importe y que si tengo suficientes datos que aportar o a alguien
que pueda avalarme proporcionando sus datos médicos. Lo pienso, no tengo a nadie.
También me habla del programa de créditos de datos en los que una entidad los
adelanta con la condición de que yo se los suministre de por vida. Entonces me
dice que si he pensado hacerme donante de datos, un servicio humanitario que
puede salvar muchas vidas en el futuro. Vuelvo a pensarlo, me parece una buena
solución. Me dice que baje a administración para tramitarlo y comenzar
enseguida el tratamiento. Entonces me dice lo que tengo: Alzheimer, una
enfermedad que me hace olvidar. La médico me sonríe de nuevo y me dice que se
ha avanzado mucho en este campo y que detendrán el proceso. Puedo estar
tranquilo. La consulta ha finalizado. Ahora debo contestar una encuesta de
satisfacción acerca del servicio que he recibido. Muy bueno ¿no?, llevaba
muchos días sin que nadie me dirigiera una sonrisa, aunque fuera digital.
Regreso por el pasillo y salgo a la calle. Creo que he olvidado algo. Camino despacio
mirando todas las pantallas que se dirigen a mi llamándome por mi nombre y
ofreciéndome cosas maravillosas a cambio de información sobre mí, pero paso de
largo. Me detengo ensimismado y de pronto, vuelvo de mis propios
pensamientos, estoy esperando a que el semáforo cambie y poder cruzar la calle.
Creo que debo pulsar un botón.
MPB
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